Desde pequeña siempre he sentido la necesidad imperiosa de “hacer las cosas bien”. La idea de unos estándares de excelencia ( autoimpuestos ) se implantó en mí y desde entonces el perfeccionismo, la autoexigencia y la necesidad de control han sido fieles compañeros de viaje.
De una parte, es muy probable que sea esa la razón por la cual valores como la integridad, la responsabilidad y la honestidad estén hoy tan presentes en mí.
De otra, tal vez la ilusión de querer controlarlo todo me aportaba una seguridad que no lograba encontrar de otro modo; quizá fue un comportamiento aprendido de mi entorno, un mecanismo adaptativo a todo este mundo sin sentido. Who knows?
Lo que sí es cierto es que desde un tiempo a esta parte he tenido que desaprender muchas cosas para aceptar que, como dice Martha Beck,
soltar el control no significa rendirse, sino aceptar que no podemos prever todos los resultados.
En mi caso, aunque la terapia me ayudó a ver que la autoexigencia me había convertido en una control freak, lo que más me ha servido para lograr tomar distancia de esa parte de mí más rígida e inflexible, ha sido la escritura.
Escribir como acto de liberación
He pasado años perdida en rumiaciones mentales que, gobernadas por los juicios y dirigidas por la anticipación, se hacían tan intensas que me paralizaban. Ahora me parece completamente normal que al principio me costara horrores escribir: a mi jueza interna nada le parecía lo suficientemente bueno.
Fue gracias a The Artist’s Way que logré dejar atrás sus expectativas inalcanzables. En su libro, Julia Cameron habla de permitir a ese stream of consciousness o flujo de pensamiento expresarse libremente sin filtros para luego traducir esas preocupaciones, emociones y reflexiones en palabras.
Así que decidí probar y cuando el ruido mental se hacía ensordecedor, cogía bolígrafo y papel y escribía lo primero que se me venía a la cabeza, sin orden, sin detenerme a leer lo que brotaba de mi.
Este ejercicio de escribir sin expectativas, con la mera intención de bajar el volumen a esa jueza crítica, fue el primer paso en mi camino hacia la escritura como arte y hacia la comprensión de que es el propio proceso de crear lo que nos libera, que el verdadero cambio proviene de soltar el control sobre tu propia creación como artista.
Al escribir dejando a un lado los debería y tendría, los colores y las formas, las estructuras y normas, la flexibilidad fue permeando mi manera de expresarme, de percibir la realidad, de vivir y estar en el mundo.
Poner los pensamientos sobre el papel ordena y aquieta nuestro mundo interior, acalla el ruido mental, e invita a una interpretación de la realidad que nos rodea desde una perspectiva más auténtica y profunda, desde la conexión con esa creatividad al alcance de todos y cada uno de nosotros.

Conectar con la fuerza creativa
En este mundo donde predomina el poder de lo superficial y vacuo, donde todo lo creado nace para morir instantes después, la profundidad de las conexiones auténticas no encuentran un espacio donde existir. Se ha perdido ( o nos hemos olvidado ) la belleza de compartir desde quienes somos de verdad, nos dejamos llevar por la frivolidad de todo lo que nos deja vacíos.
Conectar con esa sensación duele tanto, que preferimos la trivialidad a aceptar que somos fuente de pura creación. Yo estoy convencida de que este loco mundo absurdo que nos hemos inventado sería un lugar mejor si todos nos conectásemos con esa fuerza, o Creador como lo llama Julia Cameron, que nos atraviesa durante los procesos creativos.
Porque el arte es la antítesis de la destrucción y lo trivial: las historias que contamos a través de nuestras creaciones están vivas y ocultan dentro de sí el poder de llegar a otros y tocarles de algún modo. Lo auténtico propicia un espacio en el que otros pueden sumergirse y encontrar conexiones con su propia historia, interpretándola a su vez y generando así nuevas narrativas.
Es aquí donde reside la maravilla del proceso creativo; es un infinito que comienza cuando el artista se conecta con ese Creador que le atraviesa y enriquece, para poner después su creación al servicio de otros, que a la vez se nutren de la misma y la dotan de su propia fuerza creativa. ¿No es algo mágico?
Es un acto de vulnerabilidad y de valentía el permitir que los demás se conecten con eso que creamos pues al cederle el poder de esa historia, le invitamos a recorrer ese camino de nuestra mano, a conectar con una parte de nosotros mismos que quizá no habíamos compartido antes. En ese momento, el proceso de creación es mutuo. Esa conexión con otros desde la propia historia es la esencia más pura de la creatividad.
Pero conectar de manera auténtica en esta sociedad de lo efímero no es sencillo. Se necesita de la creación desde la sensibilidad, desde la calma y la pausa para lograr esa profundidad, para tratar la historia como el mimo que merece. Y por desgracia, la rapidez con la que circula y se consume la información hoy hace que esto sea cada vez más complicado.
La banalización del arte
El poder de conexión de una historia contada desde la autenticidad, sea través de un texto, una canción, un cuadro o cualquier otra creación artística sólo es, para mí, comparable a la emoción profunda de estar en absoluta comunión con la naturaleza.
Por eso me entristece y enfurece a partes iguales la banalización que el arte está sufriendo en la actualidad.
El caso más reciente lo encontramos en la polémica del Studio Ghibli, creador de películas de animación japonesas, como El viaje de Chihiro o La princesa Mononoke. La controversia surge después de que Chat GPT pusiera a disposición de los usuarios la opción de generar imágenes copiando el estilo de este estudio.
El creador japonés Hayao Miyazaki, cofundador del estudio, hizo ya hace unos 8 años unas declaraciones donde mostraba su total desacuerdo y preocupación con el uso de la IA en el arte y afirmaba que le parecía “un insulto a la vida misma”.
No puedo estar más de acuerdo con el artista. Me parece una aberración absoluta el no valorar algo tan humano y esencial como la creación artística, una muestra de la decadencia de esta “sociedad avanzada moderna actual del bienestar”. Proteger el arte del expolio a manos de la IA y la tecnología en general es una necesidad urgente.
Otro ejemplo también reseñable es el agresivo y fugaz lenguaje de márketing con el que somos bombardeados constantemente. Una industria que enfoca sus esfuerzos a vender a través de emociones rápidas y de impacto instantáneo.
Esto ha llevado a la simplificación excesiva de conceptos complejos que están siendo utilizados para crear cierta sensación de satisfacción superficial, pero con mensajes vacíos de vida corta, que no atienden a los deseos, valores o necesidades más profundos del otro.
Cuando estas palabras se emplean sin una base sólida, pierden su capacidad de impactar emocionalmente y, por tanto de conectar. Nos acostumbramos a ellas y las percibimos como promesas vacías cuya única intención es manipularnos para que adquiramos este o aquel producto, puesto que nos han demostrado en repetidas ocasiones que no tienen un contenido genuino detrás.
El lenguaje se ha vuelto frío y los mensajes, cada vez más rápidos y banales; el mundo del márketing va en una dirección completamente opuesta a la sensibilidad, y por tanto, se aleja cada vez más del que, para mí, debería ser el objetivo principal de la palabra: establecer una conexión real, honesta, sincera y amable.
Reflexión final
La persuasión es una más de las funciones del lenguaje, tan válida como cualquier otra y una que utilizamos con frecuencia. Pero…
❔ ¿Hasta qué punto denigramos el proceso creativo si en el intento de persuadir dejamos a un lado la honestidad, la responsabilidad por el otro y la integridad?
❓ ¿Hasta dónde somos capaces de llegar por nuestro minuto de gloria?
🧩¿Cuándo, cómo y por qué hemos decidido sacrificar la conexión real y profunda que nos ofrece esa fuerza creativa a nuestra disposición a cambio del vacío y la insatisfacción más absoluta?
En este proceso de viraje profesional hacia un área más creativa, como lo es el copywriting, no puedo dejar de hacerme estas preguntas.
Y me siento en la obligación de recordarnos, a tí y a mí, que el arte y la creatividad no son sólo una forma de expresión, sino una vía para establecer conexiones profundas. La banalización de esos procesos, desde la superficialidad o la automatización, nos aleja de lo genuino, de nuestra propia humanidad, del poder transformador que nace del arte verdadero y de la conexión honesta.
Y es nuestra responsabilidad mantener vivo ese espacio de creación auténtica y darle valor a lo que realmente importa.
Desde el corazón,
Laura
💡 Por si puede ser de tu interés:
📝 Artículo relacionado - Mi jueza interior
✨ Novedades y servicios - Copywriting con Alma
🎙️ Episodio 7 - El Podcast de Laura - Hoy hablamos de… emprendimiento y creatividad con Concha Tejada
📚 Libro recomendado. El camino del artista. Julia Cameron. Ed. Aguilar.
🚪 Antes de marcharte, te invito a que te tomes un té aquí y me conozcas un poco mejor.
"Lo auténtico propicia un espacio en el que otros pueden sumergirse y encontrar conexiones con su propia historia, interpretándola a su vez y generando así nuevas narrativas."
Gracias
Boh, súper mega interesante lectura, pero me quedo con este concepto: "La banalización del arte" ❤️
Se me ocurre enfrentarlo contra la democratización del arte. El arte acercado al público no formado, incapaz de producir esas manifestaciones de arte de esa manera, pero con ideas que podrían articular ese mismo arte.