Os confieso que abrí una cuenta en Blogger hace un tiempo, con la intención de convertirlo en un cuaderno para dar salida a millones de ideas y pensamientos que a veces se apoderan de mí y me agotan. Creía que vaciar mi mente en algún sitio sería bueno para mi constante rumiación, pero una voz dentro de mi cabecita me decía:
A ver, Laura; si no sabes escribir bien, ni tienes ni idea de cómo llevar un blog ni la constancia para publicar con frecuencia, ¿a qué viene esto ahora? ¿Y quién eres tú y qué has hecho para pensar que a alguien le interesa lo que tengas que contar? ¡Anda y dedícate a algo productivo!
Mi jueza interior
Pues así os presento a mi maravillosa vocecita impertinente, mi jueza interior que con su empuje característico me quitó todas las ganas de empezar. Desdeñé ese algo dentro de mí que llevaba mucho tiempo queriendo ver la luz y, fiel como siempre he sido a ella, le hice caso, agaché la cabeza y me dediqué a lo que ella considerase productivo en ese momento que sinceramente, ahora ni recuerdo.
Quiero contaros cómo la conocí. Empezaré por deciros que ella nunca me permitió creer en las crisis existenciales. Siempre lógica y racional, me decía que todo eso le parecían historias que la gente se contaba para hacer su vida más interesante, que escondía debilidad, flaqueza y fragilidad. No lograba que me dejase en paz hasta que, de repente, me encontraba sufriendo mi crisis a los 38.
Cuando sufrí mi primer ataque de pánico (claro que yo no sabía qué eran y me asusté muchísimo) al estar en sitios cerrados con mucha gente y ruido, fruncía el ceño y lo expresaba en ataques de rabia por el comportamiento poco cívico de otros que no respetaban el espacio de los demás.
Eso sí, esto debió de hacerle pensar que algo no andaba bien, así que me permitió ir a distintas terapias y hacer prácticas de meditación que al principio rechazaba: ¡no entendía cómo la gente se pasaba media hora sentada o tumbada sin hacer nada! ¡Si a mí me ponía aún más nerviosa!
Hasta que un día otras voces que ya no podían callar y seguir invisibles consiguieron darme un respiro, separarme de ella y fue entonces cuando me derrumbé. Comencé a llorar desconsoladamente y tomé la decisión de ver a un psicólogo. Fue él quien me la presentó; a ella, y a todas las otras voces que habitan en mi. Me ayudó a identificarlas y ponerles nombre.
Conocer a todas estas voces no fue nada fácil; hubo momentos en los que no podía llevar una vida normal y no lograba entender qué me ocurría. Me sentía rara, no me sentía yo. Como si yo ya no estuviese y otro ser estuviese dirigiendo mi vida. Así que decidí parar, algo contra lo que ella se resistía: me acusaba y regañaba por sentirme tan mal sin motivo aparente. Y durante unos meses sentí que se convertía en mi peor enemiga: cuanto más la conocía, más rencor sentía por cómo me había tratado durante tanto tiempo.
Y así fue como descubrí que ella era una de las respuestas al por qué de mi ansiedad detrás del miedo que me paralizaba y se expresaba en ataques de pánico: esa voz autoexigente y crítica con la que me había fusionado desde mi infancia quería seguir dirigiendo el timón del barco a la deriva que eran mis emociones. Gracias a la terapia, el paso del tiempo, el apoyo de ciertas personas y a mi fuerza de voluntad, logré comprenderla, entender sus mecanismos y necesidades, reconocer que cuando me hablaba lo hacía para protegerme, porque es lo que llevaba haciendo toda mi vida. ¡La pobre, no sabía hacer otra cosa!
Aunque aún nos estamos reconciliando y, la verdad, a veces me sigue poniendo de los nervios, le reconozco la labor que ha hecho porque me ha traído hasta aquí, que es al inicio de este camino de autoconocimiento que es la vida y del que vivía ajena completamente. Sin ella, no sería quien soy hoy. Y no sé si alguien leerá esta entrada, pero si lo estás haciendo ahora mismo y has reconocido a esa vocecita también en tí, puedes si así lo sientes agradecerle su sacrificio, vehemencia y fuerza porque en gran parte es la culpable de que no hayas desistido y seas quien eres ahora.
Desde el corazón,
Laura
No sé. A mi me parece que si tenés cosas que contar.