El pasado 1 de noviembre publiqué El poder del ejemplo inspirador. Pensé en desprogramarla, sentía que no tocaba. Pero me encontraba tan paralizada, tan en shock desde el martes anterior por la noche que se me olvidó por completo.
Desde entonces, no había podido volver a escribir. Ni una palabra. He pasado dos semanas donde no brotaba la creatividad porque la tristeza ocupaba todo el espacio, algo que me resulta confuso porque es ella quien me invita la mayoría de las veces a expresar lo que siento. Esta vez se encontraba atrapada en medio de la frustración, la rabia y el horror. Y no lograba acceder a ella. ¿Puedes imaginar el por qué?

A 600 kms de Málaga, de donde soy, está Valencia. Sí, está lejos. Sí, por aquí también hay familias que han sufrido muchas pérdidas materiales, refugios de animales destrozados, barro por todas partes, gente que ha perdido todo lo que tenía en su casa, porque la DANA nos atravesó el día antes de llegar a Valencia, y ha vuelto a inundarnos dos semanas después. No es comparable a lo ocurrido allí; son sucesos que no pueden equipararse ni en costo de vidas humanas ni en el nivel de catástrofe y ruina que deja detrás.
Pero soy humana y altamente sensible, ya ves. Quizá tan humana que se me hace cada vez más difícil formar parte de esta sociedad individualista y cruel, pero sobre todo dividida e incapaz de afrontar y asimilar que lo que ha ocurrido no es un simple fenómeno natural extremo; es una muestra fehaciente del fracaso y la inoperancia de un sistema enfermo de burocracia, ineficiencia y mediocridad.
Un sistema que desde dentro veo cómo se está deshaciendo por las costuras, ya desde hace años maltrechas, por las que asoma su decadencia: una administración alienada, un sistema educativo inoperante y a la deriva, una sanidad obsoleta y saturada, una justicia politizada, una economía que hace malabares con la inflación y un precio de la vivienda desorbitado…
Y ante todo esto, a la vista de que quien tiene potestad para reaccionar no lo hace o lo hace de manera timorata, me hierve la sangre de impotencia por tanta desolación: me pongo en la piel de aquellos cuya vida se ha detenido, ni imagino por lo que deben estar pasando.

Cuando lo has perdido todo, sólo puedes aferrarte a la dignidad. A mantenerte fiel a quién eres, a tus principios y sobre todo, a intentar sobrevivir de la manera más honrada posible entre el caos y la destrucción más absoluta. A aportar con lo poco que tienes, a ayudar como se pueda, a salvar con lo poco o nada que te queda que son tus manos y pies ya castigados, un corazón roto.
Aún así, después de quedarte sin nada, intentan arrebatarte eso único que te impide desvanecerte, te intentan humillar utilizando tu desgracia y tus miserias como alimento para los buitres, esos que sólo acuden al olor de la putrefacción, que se aprovechan de las desgracias ajenas por el bien propio. Que mienten y retuercen la realidad hasta convertirla en un rompecabezas de medias verdades y mentiras disfrazadas.
Mucho se está escribiendo sobre los bulos, quién dice qué, quién lo dijo primero y quién es más culpable, quien calla o habla de más, si el rojo o el azul, el verde o el morado. El negacionista o el conspiranoico, el Youtuber o el periolisto de turno. Quienes reconocen sus errores, que otros también cometen, y aún así son víctimas del linchamiento público, o quienes continuan alimentando este bochornoso espectáculo.
Y en ese lamentable cruce de absurdas acusaciones hay personas hundidas, vidas arrebatadas, enterradas en el barro que entre escombros y ruina sólo pueden pedir ayuda a gritos, viendo como los días pasan sin que nadie les socorra como es debido ni les devuelva un mínimo atisbo de lo que era su existencia antes de la catástrofe.
¿Dónde está la integridad moral de los medios y la clase política de este país? ¿Qué les pasa por la cabeza a todos esos que de un modo u otro, a través de la pillería, de los intereses partidistas, del silencio comprado con dinero y amenazas contribuyen a humillar a una gente que lo ha perdido todo? ¿Que sólo quieren tapar el desastre de este sistema que ya no da más, que ha demostrado su total falta de respuesta y solidaridad con sus propios ciudadanos?
La realidad es que de la tristeza a la rabia sólo hay una mentira, una palabra mal escogida por falta de empatía y de integridad, una decisión no tomada, una responsabilidad no asumida. Si sumamos todo eso, obtenemos un campo de cultivo perfecto para las semillas del odio y la crispación, para aumentar aún más la brecha entre los ciudadanos y los que deben cuidar de ellos en todos los sentidos.
De ahí brota la rabia con la que escribo hoy. Porque si bien es cierto que todo lo que concierne a la naturaleza siempre lleva consigo un porcentaje de imprevisibilidad, también lo es el hecho de que hay personas, ciudadanos como tú y como yo, que a día de hoy 18 días después de la catástrofe, siguen sin tener luz ni agua potable en sus casas y que no saben cuando van a poder recuperar un destello de normalidad.
Que en mi país haya ciudadanos que durante años hayan contribuido a un sistema que ahora que lo necesitan más que nunca sólo les devuelve miseria, me llena de vergüenza y de indignación. Porque soy humana y es con esta rabia que denuncio que no hay derecho a tratar a nadie así, venga de donde venga, se llame como se llame, piense como piense. Menos aún a nuestros vecinos, primos, hermanos, amigos.
No hay derecho y es por ello que siento que tengo el deber de usar mi rabia no para sembrar más desprecio, sino para alentarte si te sientes como yo a no dejarte arrastrar por tanta basura mediática y disputa ideológica.
Si la justicia es un motor que te mueve y te destrozan esas imágenes que todos vamos a guardar para siempre en nuestra memoria, dilo. Alza tu voz, no te calles. Movilízate y pierde el miedo a las etiquetas políticas, porque el dolor, el sufrimiento y la devastación no tienen color ni ideología. Porque defender la dignidad es simple y llanamente HUMANO.
Desde el corazón,
Laura
La piel de gallina 👏👏👏