El tiempo entremedias
Esos días donde no pasa nada, mientras esperamos aquellos en los que pase algo.
Como sociedad nos hemos acostumbrado a correr por el calendario, saltando de una efeméride a otra. Aún no termina agosto cuando estoy escribiendo este texto y desde hace varias semanas nos insuflan el aliento de la vuelta al cole en el cuello. Confieso que como docente, es mi “fiesta” menos favorita de todas.

Ya hace días que veo cómo muchos profes publican en redes sociales material acerca de cómo prepararse para el nuevo curso, cómo ser mejores profesores y comparten, y casi siempre de manera altruista, material de gran calidad que ayuda a cientos de compañeros a mejorar su práctica docente y nos hace más fácil nuestro día a día
Y la verdad, esto me produce sentimientos encontrados. Por una parte, me satisface ver cómo otros profesores dan su tiempo, conocimiento y experiencia para que otros puedan mejorar y desarrollarse en su profesión. Veo la gran profesionalidad y creatividad entre los docentes y me emociona.
Por otra, personalmente, me abruma tanta premura de volver al aula un mes antes de tener al alumnado en clase, sobre todo porque aún no tengo ni idea de qué niveles voy a dar ni de qué horario tendré.
Siento que tal y como ocurre en esta sociedad de la inmediatez donde todo es innovación y cambio constante, la educación también está siendo víctima de la vorágine de información y recursos por mejorar nuestra práctica docente y hacer las clases lo más dinámicas posibles para que el alumnado no abandone el curso, no se aburra y nos preste atención.
A veces me da la sensación de que las aulas se parecen cada vez más a un circo, donde el profe hace de malabarista, domador de leones y payaso. Tampoco entiendo muy bien hacia dónde se dirige la educación, y de qué nos sirve tanta formación y recursos si al final acabamos todos saturados y extenuados y la percepción es que el nivel de conocimiento y de la vida, así como los valores y principios están en caída libre.
Cierto es que la recompensa de un trabajo bien hecho, un grupo de alumnos que aprende y al que aportas más que puro conocimiento de tu asignatura es muy grande. La cuestión es si es suficiente para todo el esfuerzo que supone: en mi caso, he llegado a la conclusión de que la balanza no está equilibrada.
Y esto es principalmente porque se nos olvida que los profesores somos seres humanos que tenemos una vida fuera del aula, unos días que vivir y disfrutar aparte de preparar clases, corregir exámenes, crear contenido… Me pregunto qué sentido tiene vivir sólo durante dos meses al año y pasar los 10 restantes tan exhausta emocional, física y mentalmente que sólo puedes esperar al fin de semana para descansar. ¿Cuántas personas viven así?
Hablo de la comunidad educativa porque es lo que conozco, aunque signos de ello vemos por todas partes. La gran parte de la gente no es consciente y se les va el tiempo entre salto y salto en el calendario. Sé que es la sociedad, el estilo de vida que hemos creado, ¿pero nadie se pregunta qué vida es esa, si sólo nos despertamos esperando el siguiente puente o festivo?
No habremos acabado septiembre, la mayoría medio acostumbrados a las nuevas ( o viejas ) rutinas, cuando Mercadona nos incite a comprar calabazas huecas llenas de caramelos para luego pasar a los turrones, el champán, el qué incluir en la carta a los Reyes. Después vendrán los carnavales, la Semana Santa, las ferias y fiestas de Mayo mientras nos preparamos para la operación bikini, que el verano está de nuevo a la vuelta de la esquina. ¿Qué ocurre con el tiempo, con esos días, entremedias?
No dejo de cuestionarme si existe la forma de que ese tiempo restante también sea, o al menos en parte, de disfrute, realizando aquello que te haga sentir expansivo y alegre, conectar con quien eres de verdad, sea lo que sea eso, en lugar de estar donde no se valora lo que haces, lo que eres y donde tus días se pierden y se mezclan unos con otros.
Reflexionando sobre todo esto, recordaba un artículo de Daniel Salas que leí aquí en Substack hace unos meses, titulado La vida fome*. Sobre la búsqueda de días perfectos. En él, Daniel reflexiona sobre cómo nuestra vida transcurre entre cadenas de días sin nada que destacar y ocasiones puntuales para el recuerdo, que den un sentido a nuestro deambular por este mundo.
Se pregunta qué ocurriría si tomáramos la decisión de aceptar que la monotonía de esas pequeñas rutinas que dan estructura a nuestra vida, tienen un sentido y significado por sí mismas y no esperásemos a esas ocasiones excepcionales para dar valor a nuestra existencia. Interesante, ¿verdad?
Si has visto la película Perfect Days, seguro que sabes de lo que hablo. Te la recomiendo muchísimo si quieres un ejemplo de vida fome.
Yo no sé si lograré aceptar eso en algún momento, pero sí he logrado hacer cambios en esa dirección. Para empezar, he asumido que no me gustan las prisas. Yo, que iba corriendo y llegaba antes tarde a todas partes ( bueno, lo de llegar tarde aún me pasa a veces 😂 ). Quizá dentro de mí algo intentaba escapar y huía en dirección contraria hacia donde realmente le correspondía: hacia dentro.
Aunque me alegro de que mi ritmo interior se haya reducido, sigo percibiendo el ritmo vertiginoso al que se mueve el resto en esos días en los que no hay nada que celebrar, esos lunes o jueves cualquiera. Ese ritmo al que yo también me movía pero al que ya no puedo volver. Y no puedo porque me da vértigo y me mareo, literalmente.
Así que en este inicio de curso, en esos momentos de autocuidado que me regalo en cada uno de mis días, he decidido dedicar unos minutos para reflexionar y escribir qué ha hecho que ese día sea especial, qué me ha hecho conectar conmigo o qué me ha dado paz. O si no lo ha habido.
Porque creo firmemente que otro modo de vivir es posible, más lento, acorde a aquello que necesitamos, a lo que queremos ser y hacer. El problema reside en que la coherencia, en especial con uno mismo, es lo más difícil de conseguir. Parte de la intuición, de la autoescucha, del saber qué es para tí, qué dejó de serlo.
Sin ella nos movemos a trompicones mientras tachamos los días, arrancamos los meses y tiramos los años. Y un día experimentamos la vuelta al cole por primera vez y sin darnos cuenta, vemos cómo lo hacen nuestro nietos. ¿A dónde fue ese tiempo entremedias?
Feliz vuelta al cole.
Desde el corazón,
Laura
*fome - según la RAE, adjetivo, propio de Chile. Aburrido, sin gracia.
Laura, comparto contigo: esa sensación de rapidez que describes para la vuelta al cole, es la misma que se siente en muchos otros ámbitos. A veces parece que tenemos que hacer un esfuerzo muy grande para ir más lento, para no dejarnos atrapar por el tornado de los nuevos tiempos. Siempre me pregunto si esto lo sentirá la gente más joven o si es un tema generacional de quienes bordeamos los 40, porque adaptarse a tantos cambios y tan rápido, es un desafío que hay que pasa, ¿no? Un abrazo y feliz vuelta al cole el día que sea :)
Articulazo, Laura. Muchas gracias por recomendármelo :)