Siempre he pensado que si pudiese escoger un mes del año para irme de vacaciones, elegiría septiembre. Por una parte, sigue haciendo muy buen tiempo, suele ser un poco más barato (aunque últimamente que algo sea barato es tan relativo…) pero sobre todo hay menos masificación.
Ver las playas casi vacías y poder oír el ir y venir de las olas sin cientos de personas a tu alrededor hablando a gritos es un verdadero lujo que nunca me había podido permitir hasta el pasado 2023.
Septiembre es el mes de la vuelta al cole; para mí siempre ha significado pasar de 0 a 2000 en cuestión de horas. Como docente de idiomas en una escuela oficial, siempre he aterrizado el 1 de septiembre en una prueba oral o escrita preguntándome dónde dejé en julio las copias de los exámenes.
De ahí, me arrastro hasta la mitad del mes corrigiendo como una autómata y sin tiempo para preparar el inicio de curso por no saber qué tendría que impartir. Así que en torno al 20 de septiembre, el estrés y cansancio comenzaban a acumularse.
Este año ha sido diferente. La asignación de los destinos para el próximo curso, que tiene lugar en agosto, me enviaba a una escuela distinta. Llevaba 5 años en un centro al que ya estaba acostumbrada y a 40 - 45 minutos de casa; ahora me enviaban a un centro más lejos, con una carretera estresante y peligrosa, y cuyo horario no me permitía conciliar a nivel personal.
Así que decidí solicitar una reducción de jornada que me permitiera conciliar esa situación personal que se había presentado sabiendo de lo complejo de cualquier trámite burocrático con la administración. Tras dos semanas de trámites interminables, sentí tanta liberación cuando me confirmaron la reducción que empecé a escribir como una loca y fue entonces cuando di el paso de abrir un blog.
Hoy estoy segura de que esta decisión ni se me hubiese pasado por la cabeza hace un par de años. Durante esas dos semanas de agosto tenía una lucha interna de creencias y limitaciones que me impedían tomar una decisión que mi intuición sabía que me haría la vida más fácil y tranquila.
Y es que pensaba en el dinero que iba a cobrar de menos, en lo que no iba a poder hacer o en qué no iba a poder gastar, en que estaba tomando una decisión por capricho porque hay personas que están en peor situación y trabajan a jornada completa…
Pero lo que sí me iba a perder a nivel personal y la realidad de tener que conducir por esa carretera todos los días pesó más que esas creencias. Y esto me ha hecho darme cuenta de cuánto he crecido en estos dos años: ahora valoro mucho más mi tiempo, con quién lo paso y a quién lo dedico, y sobre todo, pongo el autocuidado por encima de un cargo, de un sueldo o de lo que puedan pensar otros. Y sobre todo tengo claro lo que NO quiero, lo que me encoge, me roba la energía y me impide ser yo.
Estoy aprendiendo a escuchar a mi intuición, algo que me sigue costando muchísimo, pero que me está ayudando a saber decir que no a propuestas o planes que no resuenan ni van conmigo y es algo en lo que quiero seguir escarbando porque algo me dice que es uno de mis talentos dormidos.
Puedo decir que ese mes de septiembre no sólo fue expansivo a nivel personal, sino que también disfruté con creces de mis paseos por la orilla, de leer disfrutando de tomar el sol sin que la experiencia resultara sofocante, de descansar cuando lo necesitaba, de ayudar, de viajar y pasar tiempo con mi familia. He ganado menos dinero, pero más calidad de vida, paz y presencia, que son hoy valores fundamentales en mi vida.
Ahora que el curso escolar va llegando a su fin, reconozco que la decisión fue la más acertada que podría haber tomado y agradezco al universo haberme dado este oportunidad. Llevaba tiempo sintiendo cierto desconcierto a nivel interno, pero la realidad es que no estoy acostumbrada a escuchar lo que me dice esa voz, esa sensación, esa brújula interna que nos conduce por la vida.
Quizá me estaba enviando el mensaje de que era el momento de parar y girar la mirada y la escucha hacia dentro. Sea como fuere, este tiempo ha despertado mi creatividad, algo que pensaba que me era propio ni me correspondía: ¿puede la vida darme un mejor regalo que el de reconocerme como un ser creativo?
Desde el corazón,
Laura