Cuando me preguntaban de pequeña qué quería ser de mayor, mi respuesta cambiaba en función a cuál era mi último descubrimiento. Cuando me regalaron una muñeca pelirroja, quería ser hada, peluquera y profesora de niños pequeños; cuando me regalaron un microscopio, científica en un laboratorio. Como todos los niños, curiosos e inquietos, ¡lo de ser multiapasionada lo llevaba genial!
Hoy soy docente porque fui dirigiendo el timón de mi carrera profesional hacia ese puerto. Y no puedo decir que me arrepienta o que no me guste este trabajo: estos últimos 14 años han sido muy ricos en experiencias, han traído a mi vida a compañeras que ahora son grandes amigas y me han llevado a aprender más de lo que nunca imaginé sobre el idioma que imparto, pero también sobre la vida, las personas, y sobre mí misma.
Por ejemplo, una de las cosas que he aprendido es que este sueño de ser docente está cambiando de rumbo y dando lugar a otros que van pidiendo paso. Pero eso es una historia para una de mis reflexiones😊.
En este camino de autoconocimiento, y especialmente en momentos como hoy, cuando se acerca las vacaciones de Navidad, he reflexionado mucho sobre cómo mi vida profesional influye en lo personal y me he dado cuenta de que siempre me ha costado mucho separar ambas esferas.
Sé que a muchos otros docentes les pasa lo mismo: sacrifican parte de su tiempo libre, incluso del tiempo de calidad con sus familias hasta puntos en los que se pierden por el camino. Ojo, hablo de profesionales de verdad, de los de vocación, de los que quieren hacer bien su trabajo. Los caraduras existen en la docencia y en todas las esferas de la vida, por suerte o por desgracia.
Dicho esto, a quienes nos nace de dentro enseñar y transmitir conocimiento necesitamos reconocernos en lo que hacemos, contribuir, siempre dando lo mejor de nosotros y más, y lo hacemos con un nivel muy alto de autoexigencia y autocrítica que nos lleva a poner estándares en ocasiones muy difíciles de alcanzar y mantener.
Cuando no llegamos a ese nivel o nos equivocamos como seres humanos que somos, nos frustramos y dedicamos horas a buscar o crear material que nos ayude a aportar mayor claridad sobre un tema, o a fustigarnos por el error de tipografía en esa tarea que había revisado 10 veces, aquella palabra que escribí mal o el comentario hiriente que hizo algún alumno.
Así entramos en un bucle en la que esta misma autoexigencia y autocrítica nos hace carne de cañón para la rueda de hámster en la que vivimos, que gira entorno a lo productivos que somos, al hacer y tener para demostrar nuestra valía. Cada vez más rápido, siempre mirando hacia adelante, llevándonos hasta la extenuación sin permitir que nos preguntemos hacia dónde nos lleva ese camino.
¿Os pasa que caéis enfermos cuando llega un puente o las vacaciones? ¿Tenéis listas y más listas de tareas que nunca llegáis a terminar: padres con quienes contactar, exámenes y tareas que corregir, cursos que realizar?
¿O que llega el viernes por la tarde y sólo os apetece meteros en la cama y dormir 15 horas seguidas? Y llega el domingo, os sentís con más energía pero sólo podeis pensar en que de nuevo es lunes al día siguiente y se os hace un nudo en el estómago. Eso me ha pasado a mí.
Muy poco o nada se habla del estrés tan brutal al que están sometidos el profesorado y los equipos directivos, a nivel general. Es un tema tabú: oye, es que no podemos quejarnos porque tenemos más de dos meses de vacaciones al año y estabilidad económica. Como si esas dos cosas fueran las únicas por las que medir qué es un “buen trabajo”.
Mientras tanto, nadie habla del número de horas que dedicamos a corregir interminables tareas o exámenes ( ahora situaciones de aprendizaje ) ni tampoco se comenta la complejidad ( y a veces imposibilidad ) de gestionar un aula con una media de 30 - 32 alumnos y una heterogeneidad de inteligencias y también de problemática personal y familiar, una legislación que cambia cada vez que al gobierno de turno le interesa usar la educación como herramienta política, o un volumen de burocracia ridículo. Estos factores, entre muchos otros, están causando mella en la salud mental y física del profesorado.
Como decía al principio, esta profesión nos aporta mucho en todas las esferas de nuestra vida: es muy gratificante ver cómo el alumnado va progresando, creciendo y aprendiendo, en mi caso, un idioma desde 0 gracias a su esfuerzo y tu granito de arena, hasta hacerse autónomo en su uso.
Pero tiene también un lado oscuro que debemos dar a conocer; siento que en parte somos culpables del propio deterioro de nuestra salud mental porque lo aceptamos sin más, como si el canje periodo vacacional / salud mental y física fuese justo.
Vamos escondiendo bajo la alfombra nuestros miedos, la ansiedad de entrar en un aula donde se te humilla y falta al respeto, las noches sin dormir, las horas preparando material para que nadie te escuche, el esfuerzo y empeño dedicado a un sistema que te impone un currículum absurdo y obsoleto que no encaja en la sociedad en la que vivimos. Frustración, ansiedad, descontento, despersonalización...
Si no alzamos la voz, dando a conocer nuestras experiencias, y no desarrollamos hábitos de autocuidado, en una profesión donde no hay apenas opciones de promoción laboral y un 30%* del personal ha sido objeto de insultos y agresiones verbales, jamás podremos revertir esta situación y seremos todos tarde o temprano víctimas, como mínimo, del burnout.
Soy muy consciente, por experiencia propia, de la dificultad de expresar lo que sentimos en este mundo donde las emociones no se aceptan porque no son productivas, porque harían que la rueda girase de manera más lenta hasta acabar parando.
Sé que es terriblemente complicado encontrar cada día un momento para cuidarse entre este mar de responsabilidades en el que vivimos; también de que muchos docentes no son ni siquiera conscientes de que están sufriendo un burnout.
Y aunque hablo en particular de mi profesión, porque es la que conozco, sé que esto le puede estar ocurriendo a muchas otras personas en otros entornos laborales pero que se encuentran en situaciones similares.
Así que para intentar ayudarte a gestionar todo esto, que puede ser nuevo para tí, uno de mis propósitos de año nuevo es compartirte pequeñas cositas que he ido incorporando a mi día a día para recuperarme y cuidarme un poquito más.
Desde el corazón,
Laura
* Barómetro Internacional de la Salud y del Bienestar del Personal de la Educación I-BEST | Informe España 2023
Gracias por compartir, Laura. El burn-out es una realidad que afectó a mi vida cuando sólo tenía 22 dos años. Me llevé a la extenuación para terminar mi proyecto fin de carrera y terminé en cama por dos semanas. Me llevaron al médico, pero todo "era normal". No fue años más tarde, ya en Holanda, cuando lo sufrí de nuevo y por fin pude ponerle nombre, gracias a que allí se tomaba en serio y en cuánto presentabas síntomas, te enviaban a casa y al psicólogo para monitorizarlo...
Queda mucho por compartir e ir subiendo el volumen de las realidades en las que vivimos. Hablar de lo que no se habla.
Gracias.
Es como el sector médico?