Entre tanto fango, vileza y tensión política, tengo la sensación de vivir en un estado de estupor permanente. Pareciera que el espacio mediático dejado por Sálvame* lo hubiese cubierto la actualidad de estos señores y señoras que se vanaglorian de ser diputados, escogidos por el pueblo soberano, defensores de la democracia y del bien social, salvadores de la humanidad.
Pintémoslos del color que sea, todos caen en la piedra de la inmundicia y la bajeza ética y moral. Tampoco olvidemos que no, no los ha elegido el pueblo, pero ese tema no nos ocupa aquí.
Como en patio de colegio, ellos se tiran de cabeza a este juego sucio del y tú más mientras los problemas de este país, y del mundo, se siguen acumulando bajo la alfombra, esa a la que no le puede quedar más espacio donde ocultar ya tanta basura.
Uno de esos asuntos olvidados es la educación, cuyo estrepitoso fracaso observo con pena, indignación e impotencia. Como funcionaria quiero subrayar que los trabajadores públicos ofrecemos un servicio a la sociedad (a algunos esto se le olvida), pero no son únicamente los sueldos de docentes, sanitarios y personal de administración los que se financian con los impuestos, también los de los políticos.
Me pregunto cuándo hemos dejado de exigirles un mínimo de decencia en su manera de conducirse como individuos de esta sociedad. Quizá ha sido fruto de la desidia, la amoralidad y la aniquilación del pensamiento crítico promovida por ellos mismos que han echado raíces profundas en el sentir colectivo.
Este denigrar silencioso de valores como la integridad, honradez, el valor del esfuerzo y la humildad se refleja en actitudes y comportamientos visibles en el día a día del docente: padres que defienden como cruzados la inocencia de sus hijos que, con una creciente adicción a los móviles y las redes sociales, se encuentran perdidos en la realidad de un mundo que desconocen.
Con una metodología y legislación educativa que penaliza el esfuerzo y aboga por una bajada del nivel cultural, que no promueve el pensamiento analítico ni la conciencia crítica, ¿cómo podemos sorprendernos del espectáculo bochornoso que vemos a diario en los medios y en nuestro entorno?
Porque no, esto no tiene sólo que ver con un gobierno ni otro, son muchos los factores que afectan a la decadencia del sistema educativo en nuestro país.
De una parte, los sindicatos viven acogotados y sometidos por los propios partidos políticos, de modo que sólo les interesa una defensa excesivamente templada de los intereses de la comunidad educativa que sirva para justificar su existencia. Sus reivindicaciones llevan años siendo las mismas: una bajada de ratio y aumento de plantillas.
La realidad es que el propio sistema debería asegurar una ratio y profesorado que garanticen una enseñanza con unos mínimos de calidad. Por tanto, estas reivindicaciones deberían ser simple y llanamente un derecho de los ciudadanos. Los grandes retos que presenta la educación de hoy no se resuelven exclusivamente con más profesorado y menos alumnado en las aulas.
Por otra parte, la propia administración es culpable de este fracaso al mantenerse al margen ante casos de verdaderas negligencias en los centros educativos y por hacer oídos sordos a los problemas a los que deben enfrentarse los docentes cada día en sus aulas: a modo de ejemplo, según el Barómetro Internacional de la Salud y el Bienestar del Personal de la Educación, encuesta publicada en 2023, el 12% del profesorado ha sido víctima de violencia y en torno al 56% afirma haber sido testigo de alguna situación violenta.
Tampoco desde las instituciones se respalda el trabajo ni la iniciativa del docente ni de las enseñanzas no obligatorias. De hecho, quizá estés ahora leyéndome y los términos educación o docente te hagan visualizar a un profesor en un colegio o un instituto.
Pero también existen las enseñanzas de régimen especial, donde se enmarcan enseñanzas de idiomas, conservatorios de música, escuelas de arte dramático o escuelas deportivas públicas, es decir, sostenidas con los impuestos de los ciudadanos.
En el caso de las enseñanzas de idiomas, cuerpo al que yo pertenezco, pareciera haber un interés especial en no publicitarlas y por contra, validar las titulaciones de idiomas de instituciones privadas como Cambridge o Trinity, denigrando así el propio sistema público.
Es más, son las escuelas de idiomas quienes tienen que gastar parte de su ya raquítico presupuesto en campañas de márketing y publicidad para atraer alumnado. ¿No resulta lamentable que un centro educativo público tenga que publicitarse porque gran parte de la población aún desconozca su existencia? ¿O porque, aún conociéndolas, las enseñanzas que ofrece no responden a las necesidades de la sociedad?

Otro ejemplo de cómo la propia administración invalida las enseñanzas minoritarias es la constante invisibilización de las mismas. En abril asistí a unas jornadas de Escuelas Oficiales de Idiomas en La Carolina ( Jaén ), organizada por la propia escuela de la localidad a iniciativa de Escuelas Amigas, un proyecto que surgió del profesorado de la EOI Pamplona.
Las jornadas se organizaban prácticamente sin el respaldo de las instituciones autonómicas que ni tan siquiera se hicieron eco de este evento que congregó en un fin de semana ( viernes tarde y sábado por la mañana) a unos 130 docentes de toda España y al que asistieron asesores técnicos de las comunidades de Cantabria, Aragón y Canarias (insisto, estas personas se desplazaron hasta La Carolina, en Jaén).
No deja de resultar indignante que no acudiese ningún representante de la delegación de Jaén ni de la Consejería de Desarrollo Educativo. Sólo reseñar que las jornadas coincidían en tiempo con otros eventos de renombre como la feria de Sevilla.
A todo lo ya mencionado podemos sumar la escasa valoración social que hoy en día tiene la profesión, a la que los propios docentes también hemos contribuido: parece que el hecho de disfrutar ( relativamente ) de los distintos períodos vacacionales ya es justificación para no quejarnos, o para denigrar al profesorado y que se tenga que aceptar cualquier ataque y sometimiento. He perdido la cuenta de las veces que he oído Mejor callar, que no quiero señalarme.
Como docente, miro con impotencia, rabia e indignación cómo la tónica instaurada es la destrucción del sistema educativo. Ante el clima actual, tengo la certeza absoluta de que la realidad de la educación en nuestro país seguirá llevando a muchos a dejar la docencia, como está ocurriendo en el sistema público de salud, y por tanto, a la sociedad a la más absoluta de las ruinas.
De un lado, algunos institutos y colegios se han convertido en centros de acogida, lugares de esparcimiento, o párkings donde los padres dejan a sus hijos durante gran parte del día, unos porque no les queda más remedio pues el conciliar es una falacia, otros porque quizá no han comprendido aún las responsabilidades que conlleva ser padres.
Y así muchos docentes deben hacer de educadores, padres postizos, psicólogos, policías y hasta guardas de seguridad, además de administrativos, burócratas, diseñadores gráficos, animadores y publicistas.
Por otra parte, el estado actual del sistema está dibujando jóvenes cada vez con menos capacidad para adaptarse al mundo que les rodea, y con nulo o escaso conocimiento del pasado, de las necesidades del mundo presente y de las habilidades necesarias para afrontar los retos del futuro.
Observo con frustración cómo se denigran las bases de nuestro sistema democrático y cómo se van sustituyendo unas enseñanzas tan únicas y valiosas como las enseñanzas no obligatorias y no se hace nada para remediarlo.
Tan sólo tengo claro que mientras la educación siga sirviendo como herramienta política, estaremos sometidos al sistema y no seremos una sociedad libre y democrática: el valor de la democracia no reside sólo en ejercer el derecho al voto. Sólo una educación en manos de docentes y educadores creará ciudadanos libres y con futuro.
Desde el corazón,
Laura
*Sálvame: programa de cotilleos y del corazón español que por fin dejó de emitirse hace unos años. En él trabajaban muchísimos personajes, tertulianos de tres al cuarto y semiperiodistas que no tenían más finalidad en la vida que vivir del cuento y de la basura de los demás y la suya propia.
Descorazonador, Laura. 😢
Te leo y siento tu impotencia. Por desgracia, yo he perdido toda fe en el sistema y en la política. Ya no quiero ni hablar de ello... Y es que veo que nuestros políticos son un reflejo mediocre de nuestra sociedad, precisamente por la falta de pensamiento crítico. La ciudadanía vota cada 4 años sin conocer los programas políticos, solamente se quedan con los titulares sensacionalistas y se dejan llevar por quién les cae mejor, denigrando y vapuleando a quién les cae peor... un despropósito.
Lejos estamos de países como Finlandia, Canadá, Países Bajos, Nueva Zelanda o Japón, donde los docentes juegan un papel destacado en la toma de decisiones, ya sea a nivel local o en la administración directa de las escuelas. La descentralización educativa y la alta autonomía de las escuelas en estos países, al menos, permiten que los profesionales de la educación tengan una mayor voz en la implementación y gestión del sistema educativo. Y esto veo lejano que ocurra en España, me temo...
Lo mismo ocurre con la Sanidad y con la Justicia. En vez de mejorar o mantenernos, vamos en caída libre... En fin Laura... me voy a escribir un par de poesías, para endulzarme el ánimo. 😅
Gracias por estar. ❤️