Todos los 31 de diciembre son una parada en el camino que invita a soltar la mochila, atarse las botas y coger fuerzas para reanudar la marcha con energías renovadas. En este alto en mi caminar, me observo a través del espejo del tiempo, y me invade una sensación de orgullo por cuánto he crecido en este año que se acaba.
Pero también siento nostalgia y cierta tristeza, por esas partes de mí que ya no volverán a ser lo que eran. Una de esas partes son mis miedos, que aunque me siguen y seguirán acompañando en el camino, espero que ahora lo hagan de manera diferente.
Cuando pienso en esos miedos, me imagino monstruos peludos de forma indefinida y dientes puntiagudos, acechándome desde algún rincón oscuro. Reconozco lo que me hacen sentir al traerlos a la mente: el corazón se acelera, la garganta se cierra, el estómago se encoje, un sudor frío me recorre el cuerpo y comienzo a temblar.
Comprender que estas sensaciones son una respuesta natural al miedo conlleva un conocimiento de la naturaleza humana, un gran esfuerzo de auto-escucha y el valor de afrontar unos seres feos y aterradores. Algo que una niña pequeña no tiene habilidad ni capacidad para hacer.
La sociedad me ha repetido y hecho creer que los monstruos no existen; así yo aprendí a encerrar el miedo en el pecho bajo llave y, cuando creí haberlo superado, los monstruos volvieron y se colaron en ese espacio oscuro desde donde me atemorizaban con mayor intensidad; en algún momento se hicieron demasiado grandes para el espacio que les había guardado desde niña.
Si de pequeños no se nos enseña a reconocer y gestionar el miedo y sí a ignorarlo ( porque los monstruos no existen ), es comprensible que la lección de vida que el niño aprenda sea "escóndelo, no lo muestres porque el miedo es señal de debilidad y te hace vulnerable". Al empequeñecer al miedo, se deja a las personas ya adultas ciegas e indefensas, impidiendo el desarrollo de habilidades necesarias para responder a los monstruos reales.
A su vez eso impide que seas dueño de tus propios actos porque te condiciona y te paraliza. Actúas escogiendo la opción segura por miedo al rechazo o al fracaso; evitas pensar de manera diferente o te limitas en tus opciones por temor a no ser aceptado.
Y así va pasando la vida, gobernados por una parte desconocida de nosotros mismos de la que nos escondemos porque no nos atrevemos a mirarla.
Lo terrible de esto no es la propia existencia del miedo o lo que nos hace sentir; el miedo da miedo y al mismo tiempo no es más que eso, que no es poco. Pero lo verdaderamente aterrador es vivir en una sociedad que evita esta emoción de manera crónica.

Sin valores ni principios, a la deriva y a un ritmo frenético con una capacidad de atención cada vez más corta, ¿cómo podemos ni tan siquiera pararnos a observar qué pasa dentro de nosotros?
Una sociedad disfrazada de postureo banal y que mide el valor de las personas en número de likes y visualizaciones, donde no hay espacio para las emociones reales desde la honestidad, ni se habla de los miedos porque no se sabe cómo hacerlo. Sin lugar para la introspección, ¿cómo vamos a aprender a reconocer el miedo, comprender su origen y hacerlos reales a través de la palabra?
Así, hay personas que se sienten cada vez más perdidas, creyéndose bichos raros por tener la osadía de girar la mirada hacia dentro y permitirse el dolor de estar vivo, pensando que los demás no sienten igual ni tienen miedo al fracaso, ni a equivocarse, ni a sufrir, ni al dolor o el rechazo.
No nos dejemos engañar más por una foto bonita en Instagram que ha llevado a alguien 3 horas para conseguir el ángulo y la luz perfecta; detrás hay personas que también tienen miedo aunque en muchos casos sólo busquen aprobación fingiendo llevar una vida ideal y estupenda.
Porque el miedo nos hace humanos, nos recuerda que estamos vivos y que tiene algo que enseñarnos. A mí este año me han hecho darme cuenta de que a todos nos preocupa exactamente lo mismo y que por mucho que intentemos vivir ignorándolos, esto no los va a hacer desaparecer. Y huir y evitarlos solo prolonga la agonía aún más.
Aceptar que me van a acompañar siempre, que hoy pueden ser unos y mañana otros, ha sido muy liberador y ha supuesto una gran lección de humildad, un rendirse a la vida.
Si bien antes pensaba que los miedos se podían superar y que aquellos que lo hacían eran realmente valientes y dignos de admiración, hoy siento que los valientes son aquellos que, sabiendo que el monstruo se esconde tras la puerta, bajo la cama o dentro del armario, se atreven a mirarlo a la cara y hacerle frente, sin permitir que les frene ni se interponga en su camino.
Mi propósito para este año y en adelante, será conocer a todos los monstruos peludos que viven conmigo y a los que vendrán, mirarlos a los ojos y cogerlos de la mano, preguntarles el por qué de su presencia en mi vida, dejando de luchar por superarlos o ignorándolos para evitar sentir dolor porque eso no ocurre jamás.
En este 31 de diciembre, brindo por un año nuevo en el que caminar de la mano de nuestros miedos. ¡Salud!🥂🍾
Desde el corazón,
Laura
Laura, mil gracias por compartir esto. Me has ayudado a darme cuenta de algo que me estaba pasando desapercibido, y es que no tengo una muy buena relación con la emoción del miedo. Con otras emociones incómodas sí, he aprendido a transitarlas con consciencia y aceptación radical que le dicen, pero el miedo es una de las que aún me generan resistencia.
Y no me estaba dando cuenta.
Así que muchas gracias por poner el foco ahí, lo pondré yo también a partir de ahora. 🙏
Que tengas un cierre y comienzo de año fantástico, Laura. Seguimos creciendo en paralelo el año que viene. 🥰🥂